Cuando una persona ama demasiado hasta perder su propia identidad enajenado en el otro, se vuelve demandante, posesiva, celosa y absorbente, actitudes que pueden provocar una ruptura.
Los seres humanos podemos dar y recibir amor porque necesitamos amar y ser amados.
Un niño recién nacido no puede sobrevivir si no recibe afecto y la relación con una persona significativa en esa etapa de la vida será fundamental para el desarrollo de su futura personalidad.
Cuando el amor se convierte en una obsesión, no permite el desarrollo de la propia vida; y tal como sucede con una adicción, la persona necesita imperiosamente a quien ama porque no puede vivir ni sentirse bien sin su presencia.

Un ser humano se mueve en función de sus deseos y no por una necesidad instintiva; pero si esos deseos se tornan una necesidad se vuelven patológicos; y si se trata de la necesidad de estar con otro se enajena en él, pierde su identidad y su autoestima.
El enamoramiento es un ejemplo de estado de adicción a una persona que se cree amar, una dependencia emocional que genera desequilibrios cuando ésta se aleja o está ausente.
Estas personas que dependen de otras como de una droga, aman demasiado porque son inseguras, no se valoran y creen que no son dignas de ser amadas.
En este tipo de relación es común que uno de los integrantes de la pareja ame y el otro se deje amar y a la vez se comporte en forma sádica, porque se trata de un vínculo sado masoquista.
En una pareja sana tiene que haber equilibrio, o sea que no tienen que dejar de ser dos personas con identidad propia que se respeten mutuamente y que puedan amar y recibir amor aún siendo diferentes.
La persona que depende emocionalmente de otra, es inmadura y débil, necesita que la amen sin condiciones y en lugar de formar una pareja de dos personas que se atreven a ser independientes, pretende que sean sólo una.

El otro no es otro sino su complemento, el que equilibra todos sus defectos.
Estas relaciones están condenadas al fracaso, porque no se pueden sostener al volverse alienantes y asfixiantes.
En la dependencia emocional es tanta la necesidad del otro que no pueden estar solos, porque no se bastan a sí mismos, se sienten incompletos y anhelan que la seguridad y la protección vengan de afuera, tal como la necesidad que sienten los niños.
Son personas que están dispuestas a perder su libertad, su identidad y sus proyectos; para convertirse en la sombra del otro con tal que las amen.
De esta manera terminan aislados y refugiados en él, creyendo que si se apartan les será imposible seguir viviendo.
Esta conducta patológica los vuelve neuróticos, porque tienen que renunciar a ellos mismos.
Estas personas han aprendido a relacionarse en forma dependiente al establecer vínculos simbióticos con personas significativas en las primeras etapas del desarrollo, cuando no había diferenciación entre el yo y el no yo.

La dependencia emocional no se limita a la relación de pareja ya que se puede manifestar en otros vínculos personales, entre una madre y sus hijos, entre amigos, entre hermanos o en un grupo, cada vez que se manifieste una disparidad en la relación que exprese sometimiento a la autoridad de otro.
Es una forma patológica de relacionarse que se transfiere a todas las relaciones significativas, un modo de establecer vínculos.